El golpe en marcha por César Pérez Vivas

ESCUCHANDO A DIOS EN MEDIO DE TANTO RUIDO.



Enrique Solana Suárez 

                                                                              Las Palmas de Gran Canaria, 8 de junio de 2022

Hay una expresión en algunos lugares de Canarias que es “asirocado”, se utiliza relativa a alguien que ha sido influido por el siroco, viento fuerte que produce bastante ruido, ha sido afectado por el ruido que produce, hace perder la cabeza. No en vano se ha utilizado el ruido ensordecedor como forma de tortura igualmente.

El principal problema de la existencia de ruido, es que no permite pensar con claridad, pues genera tal nivel de interferencias, que hace imposible conjugar con mediana coherencia los pensamientos que pretendemos retener y desarrollar. Si esto es evidente en el plano profano que nos lleva a aislarnos cuando queremos concentrarnos en una actividad intelectual, cuanto no será necesario para conversar con Dios.

El propio Jesús, cuando sus discípulos le piden que les enseñe a orar les indica que deberán encerrarse en su habitación para dirigirse al Padre, también en Getsemaní se apartó para orar, para hablar con Él. Desarrollo espiritual y el silencio van de la mano, además, porque la acción del cristiano se desarrollará en medio del ruido, lo que hace más importante esta recarga de comunicación con el Señor, si bien esta no desaparece en medio de ruido cuando hay entrega.

Pero empecemos por el principio, las definiciones. El ruido es el sonido inarticulado, sin ritmo ni armonía, confuso. Por el contrario, el silencio es la ausencia de ruido. Dicho esto podemos convenir en que el ruido es cualquier interferencia que se produce en la comunicación, impidiendo que esta se produzca. Consiste en toda perturbación en el proceso comunicativo, distorsionando u ocultando el mensaje.

Llegados a este punto, donde el ruido constituye un verdadero obstáculo para la comunicación, podemos determinar los tipos de situaciones que aportan lo que podríamos denominar ruido mental, que serán obstáculos en nuestra comunicación espiritual. Es decir, aquellas situaciones que penetran en nuestro pensamiento que impiden el desarrollo de nuestra comunicación con Dios.

Estas interferencias no se producen necesariamente a través del oído. Por ello, podemos establecer las categorías generadoras de mayor cantidad de ruido en nosotros. Empezamos por la murmuración, cuando hablamos unos de otros, que normalmente desencadena en juicios que no nos corresponden, cuando no terminan en proceso conspiradores, donde se piensan celadas para hacer caer a otros.

El exceso de palabrería, es otro agente de ruidos que alejan de la serenidad interior, para generar una estable comunicación espiritual. Hablar demasiado hace perder el control sobre nuestras palabras y con ello, de nuestro pensamiento, dificultando así la posibilidad de comunicación que requiere emisión y recepción de los mensajes. Esto deriva en procesos sociales que nos envuelven y alejan del centro de nuestra vida que es el crecimiento espiritual, para una mayor y mejor compresión del universo y nuestro papel en el plan de Dios.

Esta inmersión en los procesos sociales de manera indiscriminada, sin tener meditado y orado el deseo que nuestro Señor que dispone para nuestra acción de testimonio ante los demás, termina envolviendo, primero en la tormenta de redes sociales que nos absorben con diferentes perfiles, ajustado a los requerimientos de cada quien. Se mezclan con la publicidad, con aderezo de falsas noticias, conocidas como fake news.

Y la tormenta publicitaria de una sociedad muy consumista que pretende persuadirnos de la felicidad en forma de mercancía; o la violencia deportiva cuando nuestros ídolos no obtienen el resultado que esperamos, igual que en el juego tenso de la política que trasciende del servicio público a los específicos intereses de grupos. Construyendo ideologías que se superponen a la del mensaje central del evangelio que es el amor, la misericordia y el perdón

Además todo va registrado a través de la prensa, que permite llenar los vacíos de las interferencias completando las estridencias que llegan solas. Prensa que se encarga de mantener latentes situaciones que serían ajenas, al menos durante quince días, para luego saltar a otras. Imposible hablar o tener monólogos serenos entre tantos ruidos que suman aspectos relacionados con la integridad personal, lanzando cargas sobre la sensualidad humana.

No estamos negando la importancia de varios de los aspectos mencionados, estamos haciendo hincapié, generando conciencia, sobre el importante efecto ruidoso que produce en nuestras vidas, alejando de nosotros la meditación sosegada, el silbo suave y apacible donde se presenta Dios. No está en la tormenta, tampoco en el terremoto, ni en el ruidoso volcán, como conocemos a través de la experiencia de Elías en el libro de 1 Reyes.

Y todas estas situaciones se le presentaron a Jesús, ruidos que intentaban sacarlo de su misión central. Herodías y su venganza, el comportamiento de los miembros del Sanedrín, tratando de conservar su posición de poder, murmuraciones sobre si era el hijo del carpintero, la traición de Judas, los mercaderes en el templo, los acontecimientos en el patio de Pilatos; su muerte y resurrección vencedora. Por otra parte, eventos necesarios para que se cumpliese la Escritura.

En el silencio nos encontramos de forma plena con Dios, es posible escuchar su voz mediante la acción del Espíritu Santo, podemos tener ese encuentro íntimo y personal escuchando su voz y de esa manera, mediante la oración habla a través de nosotros, también a los demás. La oración nos dispone a trascender, a quitar los prejuicios, desaprendiendo aquello que nos hicieron creer como válido y cierto, quitando así las certezas y seguridades que soportan falsamente nuestras vidas a través de las rutinas, muchas de ellas tranquilizadoras, otras alienantes. 

Será el soporte en Cristo, lo que aporte verdadero sustento a nuestro ser. Con la ayuda del Espíritu Santo, el silencio nos permite detectar lo que está bloqueando nuestra vida espiritual. Dejaremos de vivir de forma automática, para trasladarnos a una conciencia guiada espiritualmente. Este silencio genera el lugar donde es posible esa comunicación abierta y serena con el Dios todopoderoso.

Todo es un engaño del ángel de luz, pues el rugido se desenmascara sólo, necio quien se acerca al león habiendo escucha su gruñir. Coincido con quienes afirman que vivimos en una sociedad patológicamente ruidosa. Dios habla en el silencio, facilita escuchar la voz del Señor. Penetra su voz hasta lo más profundo de nuestro corazón, como la espada de doble filo que es la palabra de Dios que rompe hasta las coyunturas.

La oración es un soporte fundamental en la vida cristiana, como los es la Sagrada Escritura, no puede haber una oración profunda si no conseguimos estar en silencio delante de nuestro Señor. Jesús oraba en silencio, hablaba y escuchaba la voz de Dios. El silencio es una condición necesaria para el encuentro íntimo y personal, precede, prepara y acompaña a quien ora. Como sabemos, Jesús se tomó tiempos de silencio y recogimiento.

Se separaba de la gente que cuidaba, de sus propios discípulos, amigos y seguidores, para pasar tiempo de oración y comunión en solitario con el Padre. Fue al monte a orar antes de decidir quiénes serían sus apóstoles, cuando murió Juan el Bautista, después de dar de comer a las cinco mil personas. Buscaba estar a solas con Dios.

El silencio es una posición activa, requiere de la determinación de estar sin ruidos y en silencio; en la agitación, en el ruido incesante, es dificultoso encontrar a Dios en su plenitud. Los tiempos de desierto, que significan momentos de soledad y silencio, son comunes a los profetas y al propio Jesús al comenzar su ministerio. El silencio hace visible lo invisible y con sus enseñanzas, con su vida, nos ha completado la visibilidad de Dios delante de nosotros, el gran Yo Soy.

Y es en el desierto donde Dios promete hablar al corazón, lo leemos en el libro de Oseas (2:14); y que en el mucho hablar está la necedad, no falta pecado, dice la Escritura (Prov.9), o que en el silencio hasta el necio parece sabio; o que la lengua es un mundo de iniquidad, un fuego un mundo de maldad, que leemos en la carta de Santiago (3:6), el pequeño timón que es capaz de gobernar un barco.

No buscar el silencio, nos aleja de la presencia de Dios, forzándonos hacia la sensualidad mundana. Hay tiempos para hablar y tiempos para callar, como leemos en Eclesiastés, es el Señor quien marca nuestras acciones y dispondrá los momentos en que quiere que lo hagamos, disponiendo palabras en nuestro corazón que saldrán de nuestra boca, como lo hiciera con sus profetas.

Sólo cuando el hablar sea mejor que el silencio, un clásico en la mística humana, parece la regla más adecuada para valorar estos tiempos y que la propia escritura confirma en diversos pasajes. Y aunque no lo parezca, el silencio requiere práctica hasta que pueda convertirse en hábito, nos llenamos de esperanza, porque para Dios nada es imposible.

Nos permite escuchar, crear y finalmente amar como Él nos ama a nosotros desde su infinita misericordia, permitiendo cumplir el mandamiento que a través de Jesús nos ha llegado: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Se aleja la pereza, el vacío interior, la soledad, el aburrimiento, los miedos y la parálisis personal para la acción. Tendremos una vida plena a través del pan de vida que nos sustenta espiritualmente.

El silencio nos da recogimiento en nuestra relación íntima y personal con Dios, el silencio permite controlar nuestros pensamientos para hablar en lo constructivo, siendo testigos de las enseñanzas de Dios a través de Jesús. El silencio nos ayuda a escuchar, prestar atención a lo que dicen los otros y poder amar sacrificialmente a los demás, incluidos nuestro enemigos.

Como dijera el salmista, esperamos en silencio delante de Dios, porque de Él proviene nuestra victoria. (Salmo 62:1)

Enrique Solana Suarez es Profesor Titular de ULPGC en la Escuela de Arquitectura. Puedes conocer más sobre el autor pinchando aquí...

Comentarios